Hablar del suicidio sigue siendo complejo. Las palabras parecen insuficientes y el silencio pesa. Pero cuando una comunidad se reúne para orar por quienes han elegido terminar con su vida y por las familias que hoy buscan consuelo, surge una certeza profundamente humana: el dolor no debe vivirse en soledad.
La Iglesia recuerda que la fe no evade estas heridas, sino que invita a mirarlas con respeto. La misericordia alcanza también a quienes, rebasados por su sufrimiento, no encontraron otra salida. La frase atribuida al Cura de Ars —“entre el puente y el río está la misericordia de Dios”— resume esa convicción de esperanza, incluso en lo más oscuro.
El aumento del suicidio entre jóvenes y adultos causa preocupación. Muchos atraviesan noches interiores que nadie conoce; otros, aun rodeados de gente, están completamente solos. Por ello, Desde la Fe señala la necesidad de aprender a mirar y escuchar: reconocer señales, detenerse ante el dolor ajeno y ofrecer gestos sencillos que sostienen más de lo que parece.
La Iglesia está llamada a ser hogar y refugio: un espacio donde llorar sin miedo, donde el desconcierto sea comprendido y donde los familiares de quienes han muerto por suicidio encuentren acompañamiento sin estigmas ni prejuicios.
El Papa León XIV, en su intención de oración para este mes, pide recordar especialmente a “quienes viven en la oscuridad y la desesperanza”, para que encuentren comunidades que les permitan sanar, abrir horizontes y reconocer que la vida sigue siendo un don incluso en medio del sufrimiento.
El llamado es amplio: fomentar la escucha, facilitar acceso a ayuda profesional, tender puentes donde otros solo encuentran muros y promover políticas públicas que atiendan con seriedad esta problemática creciente.
La esperanza no suprime el dolor, pero lo ilumina. Por eso, Desde la Fe invita a orar por quienes se han ido, por sus familias y por la construcción de una comunidad que acompañe, consuele y sostenga en los momentos más frágiles de la vida.















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