La Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) llamó a que este 23 de noviembre sea un día para unirnos como país en acciones concretas por la paz, apelando a la responsabilidad compartida de construir un México donde la reconciliación y la dignidad humana sean prioridad.
Los obispos recordaron que la paz no es fruto de discursos, sino de decisiones diarias: se construye en lo pequeño y en lo cotidiano, a través de la justicia, el perdón y el bien activo que cada persona decide realizar.
En los últimos años han surgido múltiples iniciativas que muestran que este camino es posible. El Diálogo Nacional por la Paz ha impulsado encuentros en universidades, parroquias y centros comunitarios, donde víctimas, jóvenes, académicos y ciudadanos de distintas creencias se escuchan mutuamente para reconstruir la confianza.
En varias parroquias de la Arquidiócesis de México también se han colocado buzones de paz: pequeñas cajas que reciben peticiones, nombres de personas desaparecidas, palabras de consuelo o intenciones que buscan aliviar el corazón. A ello se suman los centros de escucha, donde sacerdotes y laicos capacitados acompañan a quienes cargan historias de miedo, pérdida o injusticia.
Las comunidades parroquiales, además, han comenzado a abrir más espacios para dar voz y dignidad a las víctimas de la violencia, reconociéndolas no como cifras, sino como hijos de Dios que merecen seguridad y presencia.
La Iglesia subraya que las raíces más profundas de la paz nacen en la familia, “la primera escuela” donde se aprende a dialogar, resolver conflictos sin humillar, y a ofrecer y pedir perdón. Del mismo modo, la paz se alimenta en nuestro entorno inmediato: cuando elegimos no responder con violencia, cuando trabajamos con honestidad o acompañamos a quien sufre.
El llamado se refuerza con un mensaje claro: cada comunidad y cada familia puede hacer algo, aunque parezca pequeño. “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9), recordó el editorial.
México necesita paz, y la paz necesita de todos. Sembrarla —afirman los obispos— es una tarea diaria que involucra a quienes gobiernan, enseñan, acompañan, oran, padecen y esperan. Un compromiso que no puede aplazarse.















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