A cuatro décadas del sismo de 1985 y ocho años del de 2017, el papel de los medios de comunicación en ambos eventos sigue siendo objeto de análisis, crítica y reflexión. Mientras que en 1985 la cobertura estuvo marcada por el silencio oficial y la censura, en 2017 predominó la sobreexposición, la inmediatez digital y, en algunos casos, la desinformación.
1985: la voz que tardó en llegar
El terremoto del 19 de septiembre de 1985, de magnitud 8.1, dejó a la Ciudad de México incomunicada durante horas. Las principales televisoras suspendieron transmisiones, y la radio se convirtió en el único medio operativo en tiempo real. Jacobo Zabludovsky, desde su automóvil, narró en vivo para la XEW lo que veía en las calles: edificios colapsados, gente atrapada, caos. Su crónica improvisada se convirtió en símbolo de una cobertura espontánea y humana.
Sin embargo, la televisión tardó en reaccionar. Televisa, entonces el único canal nacional con cobertura total, mantuvo una línea editorial alineada con el gobierno, minimizando el desastre en sus primeras emisiones. La censura, el control de la narrativa oficial y la falta de imágenes reales generaron desconfianza. La prensa escrita, por su parte, comenzó a documentar la tragedia con mayor libertad en los días siguientes, dando voz a los damnificados y a las brigadas ciudadanas.
Según el análisis de Eugenia Allier Montaño, investigadora de la UNAM, “el silencio mediático inicial fue parte de una estrategia de contención política. La narrativa oficial evitó mostrar la magnitud del colapso institucional”.
2017: cobertura en tiempo real y el riesgo de la ficción
El sismo del 19 de septiembre de 2017, de magnitud 7.1, ocurrió en plena era digital. Las redes sociales, los canales de noticias 24 horas y los medios independientes ofrecieron cobertura inmediata. Videos en vivo, transmisiones desde celulares y actualizaciones minuto a minuto permitieron una respuesta informativa sin precedentes.
Pero esta velocidad también trajo riesgos. El caso de “Frida Sofía”, la supuesta niña atrapada en el Colegio Enrique Rébsamen, fue difundido durante más de 24 horas por medios nacionales, con cobertura en vivo, entrevistas y análisis. Al final, se confirmó que la menor no existía. La historia, construida entre versiones contradictorias de autoridades y reporteros, se convirtió en símbolo de la desinformación en emergencias.
La saturación informativa, la falta de verificación y la presión por mantener la atención pública generaron confusión y desviaron recursos. En contraste, medios comunitarios y plataformas independientes ofrecieron información útil, local y verificada, apoyando labores de rescate y organización vecinal.
Comparaciones inevitables
Ambos sismos revelan el poder y la responsabilidad de los medios en contextos de crisis. En 1985, la ciudadanía se organizó a pesar del silencio institucional. En 2017, lo hizo a pesar del ruido mediático. En ambos casos, la sociedad civil fue protagonista, y los medios —tradicionales o digitales— jugaron un papel decisivo en la construcción de la memoria colectiva.
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos ha señalado que “los medios deben actuar como aliados de la protección civil, no como generadores de pánico o instrumentos de manipulación”. La experiencia de ambos sismos ha impulsado debates sobre ética periodística, protocolos de cobertura en desastres y el papel de la comunicación en la resiliencia social.
Hoy, a 40 años del primer gran desastre y ocho del segundo, México sigue aprendiendo no solo a construir mejor, sino a comunicar con responsabilidad.















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