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Acapulco, dos años después de Otis: entre la reconstrucción y el olvido

El saldo fue devastador: más de 50 personas muertas, 32 desaparecidas, 220 mil viviendas afectadas.

Hace dos años, la madrugada del 25 de octubre de 2023, el huracán Otis tocó tierra como categoría 5 y en menos de doce horas convirtió al puerto más emblemático de México en una zona de desastre. Las ráfagas de 270 kilómetros por hora y las lluvias torrenciales destruyeron viviendas, hoteles, escuelas, hospitales y buena parte de la red eléctrica y de comunicaciones.

El saldo fue devastador: más de 50 personas muertas, 32 desaparecidas, 220 mil viviendas afectadas y pérdidas económicas calculadas entre 12 y 16 mil millones de dólares, la mayor catástrofe natural en la historia reciente del país. Dos años después, Acapulco aún intenta levantarse de sus ruinas.

El día que Acapulco se detuvo

Las imágenes de aquella mañana siguen vivas en la memoria de sus habitantes: avenidas cubiertas de lodo, edificios arrancados de raíz, autos amontonados por la fuerza del viento. “Fue como si la ciudad se hubiera borrado del mapa”, recuerda don Eusebio, un pescador del barrio de La Playa que perdió su lancha y su casa.

Otis se intensificó de tormenta tropical a huracán categoría 5 en apenas doce horas, un fenómeno que tomó por sorpresa incluso a los meteorólogos. En los primeros días, el puerto quedó incomunicado. No había luz, agua ni señal telefónica. Miles de personas caminaron kilómetros para buscar víveres o noticias de sus familiares.

Reconstrucción desigual

El gobierno federal desplegó un plan de emergencia con apoyo de las Fuerzas Armadas y destinó recursos para reconstruir viviendas e infraestructura. Sin embargo, dos años después la recuperación avanza a dos velocidades.

En la zona hotelera de Punta Diamante y la Costera Miguel Alemán, los grandes hoteles han reabierto sus puertas. Las playas vuelven a llenarse de turistas y cruceros, y los eventos internacionales intentan devolverle brillo al puerto.

Pero en colonias populares como Renacimiento, Zapata o La Sabana, la realidad es otra. Decenas de familias siguen viviendo bajo techos improvisados, sin servicios básicos y con miedo de que un nuevo temporal los vuelva a dejar sin nada. “Nos dieron láminas y despensas, pero las casas prometidas nunca llegaron”, dice Araceli, vecina de La Sabana, mostrando los restos de su vivienda marcada con pintura roja: “daño total”.

El turismo se levanta, pero no todos con él

El sector turístico, motor económico de Acapulco, fue el más afectado: más de 80 por ciento de los hoteles sufrieron daños. Según datos de la Secretaría de Turismo, hoy operan al 70 por ciento, aunque con una ocupación menor que antes del huracán.

Las cadenas internacionales pudieron reinvertir. En contraste, cientos de microempresarios locales quebraron. Restauranteros, vendedores ambulantes, taxistas y artesanos aún esperan créditos o apoyos. “El turismo volvió, pero no el trabajo”, lamenta Jesús, mesero desempleado desde 2023.

Cicatrices visibles y lecciones pendientes

La reconstrucción no sólo es material. El impacto psicológico y comunitario es profundo. “Cada vez que se nubla, los niños se ponen nerviosos”, comenta una maestra de la colonia Jardín Mangos. “Otis nos cambió la vida; ya nadie duerme tranquilo cuando llueve”.

Las autoridades locales reconocen que la falta de planeación urbana y la expansión descontrolada sobre laderas y cauces agravaron los daños. De las más de 400 colonias del puerto, al menos 70 están en zonas de alto riesgo por deslaves o inundaciones.

Expertos del Instituto de Geografía de la UNAM advierten que, sin una estrategia integral de ordenamiento y adaptación climática, la historia podría repetirse. “Otis fue un aviso de lo que puede pasar en el futuro con huracanes más intensos por el calentamiento global”, señala la doctora Adriana Sánchez, especialista en riesgos costeros.

El nuevo rostro del puerto

Hoy, al recorrer la ciudad, conviven dos Acapulcos: el del turismo que regresa y el de los damnificados que sobreviven. Los hoteles remodelados contrastan con las viviendas aún cubiertas por lonas del plan emergente. En los cerros, los caminos siguen sin pavimentar y la basura se acumula entre escombros.

Aun así, los acapulqueños no pierden el ánimo. En el mercado central, entre puestos recién pintados, los comerciantes colocan letreros que dicen “Aquí seguimos”. En la playa Papagayo, los pescadores vuelven a lanzar sus redes mientras el sol cae sobre una bahía que todavía guarda cicatrices.

“Nos destruyó, pero no nos venció”, dice doña Esperanza, una vendedora de cocos. “Acapulco siempre vuelve”.

Entre la memoria y la esperanza

Dos años después del paso del huracán Otis, el puerto de Acapulco se encuentra en una encrucijada: ha recuperado parte de su esplendor turístico, pero arrastra profundas heridas sociales. La reconstrucción material avanza, pero la justicia para los más afectados aún no llega.

El mar sigue siendo el mismo, brillante y poderoso. Lo que cambió es la conciencia colectiva: la certeza de que el futuro dependerá no sólo de reconstruir, sino de aprender. Porque, como repiten muchos acapulqueños, “lo peor no fue el viento: fue pensar que estábamos solos”.

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